Qué hermosa es la soledad y qué mala fama tiene. Habitualmente viaja de la mano con la tristeza, pero sería injusto unir el destino de ambos términos de manera constante, ya que solo hay un tipo de “soledad” que conduce a la más cruel de las tristezas: la soledad no elegida. Esa soledad que a veces lleva implícita la mera existencia. Esa soledad que los más afortunados sentirán pocas veces, pero que para muchos es casi una rutinaria forma de vida. Los protagonistas de “Kamikaze” son un puñado de personas confinadas en un inhóspito paraje con sus terribles soledades a cuestas. El vuelo desde Moscú que deberían tomar se ha suspendido por el mal tiempo y todos ellos son alojados en un hotel de las montañas rusas, en medio de un atroz temporal de frío y nieve. Un lugar tan bueno como cualquier otro para buscar unos instantes de calma a tan imperativa soledad. ¿Recuerdan como en “El Séptimo Sello” Ingmar Bergman se acercaba a todas y cada una de las posibles reacciones ante la muerte? Pues algo parecido pasa aquí con las distintas miradas al desamparo.
Con buenas dosis de comedia, drama y amor, el debutante Álex Pina (padre de las televisivas “Los Serrano”, “Los hombres de Paco” o “El Barco”) nos cuenta esta fluida y ágil historia sobre buenas personas pasando un mal momento. El centro de todo, un terrorista suicida (Álex García) que se ve obligado a convivir durante tres días con los individuos a los que iba a asesinar nada más iniciar el vuelo. Slatan lleva el drama dibujado en la cara, todo lo contrarío que el risueño y charlatán vendedor argentino de zapatos al que da vida Eduardo Blanco. Ambos resultan claros ejemplos del cóctel de emociones que ha preparado el director. Un riesgo cercano a lo temerario y no siempre gestionado con habilidad. En más de una ocasión, inmersos en el más puro drama, un gag atraviesa la pantalla, dejándonos notablemente aturdidos y extrañados, de tal forma que la amabilidad que destila el filme queda empañada por esos traumáticos cambios de tono. ¿Humor negro? No,no. Más bien humor arcoíris.
Sea como fuere, “Kamikaze” va sobreponiéndose a su falta de identidad durante gran parte del metraje, agarrándose sobre todo a un Álex García en estado de gracia y a un buen puñado de secundarios no siempre dibujados con el mismo acierto. Valgan estas líneas también para homenajear a la sonrisa del inmenso Héctor Alterio y cada una de sus apariciones en pantalla. Del mismo modo, su cálida estética dentro de tan heladores parajes nos seduce sin muchos problemas, pero todo se va al traste en un tercer acto donde es el guión el que se inmola, elevando a la enésima potencia todos los defectos mostrados por la cinta en los minutos anteriores.
“Kamikaze” es, de este modo, una cinta más que agradable en la medida en que sean capaces de asimilar sus constantes cambios de tono. En cualquier caso, achaquémosle tal error a la falta de identidad que suele llevar aparejada la inexperiencia más que al afán transgresor de un director que todavía debe madurar.
Héctor Fernández Cachón
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