A veces, muy de cuando en cuando, segunda saga de cine ocurre algo completamente mágico. La sensación de estar viendo algo más grande que todos nosotros nos invade. Es el aroma de las obras maestras. El Dios de las pequeñas cosas actúa para poner en las pantallas películas tan magníficas como Drive my car.
Pese a no ser capaz de recuperarse de un drama personal, Yusuke Kafuku, actor y director de teatro, acepta montar la obra “Tío Vania” en un festival de Hiroshima. Allí, conoce a Misaki, una joven reservada que le han asignado como chófer. A medida que pasan los trayectos, la sinceridad creciente de sus conversaciones les obliga a enfrentarse a su pasado.
La cinta japonesa es arrolladora. Ryûsuke Hamaguchi se saca de la manga una película hermosa en forma y fondo. Una belleza desmedida invade cada minuto de las casi 3 horas de metraje de la película, claro que estamos ante una de las grandes maravillas de los últimos tiempos.
A día de hoy se da por hecho que ganará el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, pero tiene toda la pinta de que el filme podría marcarse un Parásitos y aspirar a las categorías principales. Nivel para eso y para más tiene Drive my car.
Tiene pinta de tostón infumable tipo “Nomadland”