En el siglo XIV, los escoceses viven oprimidos por los gravosos tributos y las injustas leyes impuestas por los ingleses. William Wallace es un joven escocés que regresa a su tierra después de muchos años de ausencia. Está a punto de descubrir que sólo un hombre como él puede liderar al pueblo escoces a la liberación del yugo de Eduardo I de Inglaterra.
Con esa historia en la mano, Mel Gibson se marcaba una de las mejores películas de la historia del cine. Braveheart tiraba de épica y buen hacer para contarnos la historia de William Wallace. Más allá del icono del personaje real, la película convertía a Wallace en un símbolo del cine, disparado por una muerte y un grito de «libertad» para la historia.
Sin embargo, la ejecución real de William Wallace fue mucho menos poética que la mostrada en la película. El héroe escocés era condenado a muerte por traición al Rey. Lo desnudaron y lo arrastraron por Londres, atado de los talones a un caballo desde el Palacio de Westminster hasta Smithfield. Comenzaba entonces el sádico proceso de ejecución reservado en el siglo XIV para los casos de alta traición: Wallace fue ahorcado a una altura que no fuese suficiente para romperle el cuello y descolgado antes de que se ahogase. Acto seguido, le cortaron los genitales, fue eviscerado, y sus intestinos fueron quemados ante él, antes de ser decapitado.
Su cuerpo cortado en cuatro partes: su cabeza se conservó sumergida en alquitrán y fue colocada en una pica encima del Puente de Londres. Sus extremidades fueron repartidas por distintas partes de Inglaterra: su brazo derecho lo enviaron a Newcastle, su brazo izquierdo a Berwick, su pie derecho a Perth y su pie izquierdo a Aberdeen. Todo un festival del terror.