Después de cerrar la segunda trilogía de la Tierra Media hace ya varios años, lo cierto es que nos cuesta quitarnos ese sabor agridulce de El Hobbit. Con el recuerdo de la sensacional El Señor de los Anillos todavía en las retinas, llegaba la adaptación cinematográfica de la obra de J.R.R. Tolkien con la que comenzaba todo. El filme por fin veía la luz después de que varios años de infructuosos esfuerzos e incluso la suspensión del rodaje cuando Guillermo del Toro había aterrizado ya en Nueva Zelanda para dirigir el filme.
Las disputas de Peter Jackson con el resto de productores del filme apartaban al mismo del proyecto, pero coincidiendo con la llegada de del toro para hacerse cargo de la película, la crisis económica de MGM detenía todo a la espera de nuevas noticias. Durante años esperaría la llegada de fondos un director mejicano que acabaría por abandonar el proyecto justo unas semanas antes de que se aprobase la dotación de fondos y se llamase a Peter Jackson para volver a la Tierra Media con una nueva trilogía.
Ahora, visto el resultado del filme, podemos decir que la cosa no resultó tan satisfactoria como se esperaba. Lo que en principio iba a ser una película pasaba a convertirse en un díptico y terminaba por afrontarse como una trilogía. Dado que el material de partida era un solo libro y que no había material suficiente para confeccionar tres películas, el reto era mayúsculo. Además tampoco había demasiado tiempo para tomar decisiones o trabajar el guión, según confirmaba recientemente un Peter Jackson agotado tras afrontar un proyecto de tanta envergadura y tan escasa preparación.
“No puedo negar mucha improvisación. Tenía escenas verdaderamente grandes y complejas y no había nada en el guión o en el libro para afrontarlas”, declaraba el propio director poniendo claramente de manifiesto la lamentable situación en la que se vio el equipo frente a la exigencia de sacar una tercera película de la nada.