22:30 sábado 16 de febrero TCM Autor
Ganadora del Oscar a mejor guión original en 2003, Lost in Translation llevó a Sofía Coppola al estrellato que había cimentado con Las Vírgenes Suicidas, cuatro años antes. Esta película llegó sin hacer ruido y conquistó a buena parte del mundo del cine gracias a una historia (presuntamente) contenida y sugerente protagonizada por una pareja de actores que entregaron uno de sus trabajos más exitosos.
Pocos pensaban que Scarlett Johansson y Bill Murray podían compartir protagonismo en una película, pero así fue. Johansson se consolidaba como una de las actrices jóvenes más prometedoras y aspirante a mejor culo del siglo XXI. (No en vano, lo enseñaba durante todo el metraje). Murray, por su parte, uno los mejores cómicos norteamericanos de las últimas décadas, se afianzaba en el mundo del cine interpretándose, una vez más, a sí mismo.
Murray, actor en decadencia, pasaba unos días en Tokio para hacer un anuncio de whiskey, mientras que Scarlett, novia de un fotógrafo interpretado por Giovanni Ribisi, esperaba su vuelta mientras decidía qué hacer con su vida. Ambos, un poco aburridos, desubicados y con una ligera crisis existencial, comparten silencios, copas, y aventuras en el bar del hotel y por las calles de la capital nipona.
Coppola incorporó a Lost in Translation su estilo ya apreciado en Las Vírgenes Suicidas. Sofisticación, melancolía, languidez… Pero si en su anterior película se basó en una novela, aquí apostó todo al rojo y pergeñó también el guión. La joven directora acertó de pleno en el casting, el escenario de su historia y en algunos elementos de la cinta (especialmente los toques de humor de Murray), pero el envoltorio, muy bello, elegante y cosmopolita, está hueco.
Y es que Coppola, con la ayuda de sus productores, demostró gran madurez a la hora de poner cebos a un gran número de espectadores: La semi desnudez de Johansson retozando por la habitación de su hotel tiene cierto interés, una semi mueca de Murray puede partir la caja a legiones de fans de medio planeta, banda sonora para gourmets indies con Kevin Shields y sus My Bloody Valentine, Air –como su anterior film- y hasta Just Like Honey para rematar, esa joya de Jesus And Mary Chain…
Todo muy bien. Pero el caramelo apenas se saborea. ¿Y qué queda luego? Impostado drama existencial de la pareja protagonista, auto compasión y condescendencia irritantes y sucesión de escenas hedonistas de videoclip. Y si pensamos en incomunicación y desubicación en un entorno social hostil y deshumanizado, terminamos prefiriendo a Antonioni o Bergman.
Pero al César lo que es del César. Sofía Coppola tomó el pelo a medio mundo con Lost In Translation y algún mérito hemos de darle por ello. No es nada sencillo. Para aquellos que se enamoraron de esta película es una buena oportunidad para revivirlo, y para los que no lo hicieron, tal vez sea el momento de darle otra oportunidad pensando aquello de: “tal vez tuve un mal día”.
No me gustó la peli, me aburrió soberanamente pero sólo por Scarlett Johanson merece la pena verla.