NOTA: 7
Parece mentira que con todo lo que hablamos al cabo de un día, digamos tan pocas cosas. Probablemente ni un diez por ciento de las palabras que pronunciamos tengan un auténtico valor. La conversación que mantengan con su pareja al llegar a casa, las palabras que tecleen en el maléfico WhatssApp durante la próxima hora o incluso el texto que tienen frente a ustedes servirán como adecuado sustento empírico de nuestras afirmaciones. No lo duden. Hablamos y hablamos sin decir lo que realmente importa. Consciente o inconscientemente vamos guardando poco a poco esas palabras que debemos sacar de nuestro cuerpo por una mera cuestión de salud. Si se quedan dentro, queman. Arden como el sol de la Oklahoma más profunda en pleno mes de “Agosto”. El material altamente combustible se acumula en grandes cantidades hasta que un día, de repente se produce la reacción y consecuente ignición. Entonces las palabras salen despedidas por la boca como el fuego de un dragón.
“Agosto” es el retrato de una familia que se ha hecho a si misma. Un grupo de personas que ha luchado para alcanzar el nivel acomodado que ocupan en la actualidad, pero que por el camino ha olvidado sacar muchas palabras. La desaparición del padre (Sam Shepard) en circunstancias extrañas empuja a todos sus miembros a reunirse bajo un mismo techo, provocando que la reacción mencionada se produzca por mera fricción de unos cuerpos contra otros. El ocaso familiar de los Wenston llegó hace mucho. Todos ellos dejaron hace tiempo de construir nuevas experiencias o recuerdos. Ya nada les une salvo frágiles lazos de sangre y recuerdos cada vez más lejanos. Eso y una matriarca (Meryl Streep) enferma de cáncer, adicta a todo tipo de medicamento y de lengua afilada. Cada uno de los comensales de esa gran mesa que son los Wenston tiene unos puntos flacos a los que la mujer no es ajena. Sabe donde y cuando golpear. El impulso de las más de dos horas de metraje es esa señora tan implacable en sus formas como frágil en su mirada que está dispuesta a soltar su gran chorro de fuego en una de las últimas (si no la última) oportunidades que le da la vida para hacerlo.
John Wells se enfrenta a la dura tarea de llevar a la gran pantalla una obra de teatro firmada por Tracy Letts como “August: Osage County”, ganadora en 2008 del Premio Pulitzer. La empresa no es sencilla. Teatro y cine son extremadamente diferentes. Lo que en un escenario luce, en una pantalla agota. Se requiere mucha habilidad en la puesta en escena para salvar tan importante escollo. El propio Welles se esfuerza en lograrlo, pero no todo el rato lo consigue. El exceso melodramático está cerca de superarnos en más de una ocasión. Las situaciones dramáticas se acercan frecuentemente a lo grotesco.
Es en esos momentos en los que el tren parece que puede descarrilar en cualquier momento cuando aparece ella. Efectivamente hemos pronunciado el nombre de Meryl Streep. Eso son palabras mayores. No hay calificativos para hacer justicia a una actriz que con el tiempo ni mejora, ni empeora. Lleva muchísimo tiempo anclada en la perfección interpretativa y esta cinta no es la excepción. Ella es el centro del universo. Sus llamas son las de el Sol mismo. A su alrededor, un genial reparto órbita de manera brillante. Todos tocan al ritmo que marca la gran Meryl Streep. Ewan McGregor, Abigail Breslin, Benedict Cumberbatch, Juliette Lewis y Margo Martindale se marcan unos minutos de mucha altura, pero mención especial merecen Julia Roberts, Chris Cooper y la sorprendente Julianne Nicholson.
Puede que “Agosto” no sea un ejemplo de sutileza en sus mensajes o que los excesos lleguen a agobiarnos en algún momento. De hecho, es posible que el pulso de Wells no sea el adecuado para captar toda la mala baba de Tracy Wells. En cualquier caso, la familia Wenston llevaba demasiado tiempo acumulando palabras y cuando salen…
Héctor Fernández Cachón
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