Nota: 7
Todo viaje tiene un final… Y un principio. Cuando Peter Jackson decidió llevarse a un inmenso equipo a Nueva Zelanda para convertir en película las líneas que una vez soñó J.R.R. Tolkien, poco imaginábamos que el viaje iba a durar casi quince años. Nadie puede cuestionar que la trilogía de “El Señor de los Anillos” se ha convertido en autentica referencia dentro de la historia del cine. ¿Podemos decir lo mismo de “El Hobbit”? Francamente, no. Es cierto que las comparaciones son odiosas, pero el bueno de Peter Jackson no ha sabido captar la blanca esencia de “El Hobbit” y sus notables diferencias con los temas planteados por “El Señor de los Anillos”. Así las cosas, la trilogía de Bilbo ha cubierto la friolera de tres películas que no saben lo que quieren ser de mayores.
El comienzo de “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos” enfada. El cabreo llega desde el momento en que nos encontramos los quince minutos cercenados con villanía a la anterior entrega. El que debería haber sido el clímax de “El Hobbit: La Desolación de Smaug” llega cuando uno todavía está en frío. Mucho habríamos agradecido estas secuencias en la anterior película en vez de inventarse un aburrido final con enanos corriendo por Erebor sin ton ni son con un dragón detrás, al que trataban de cazar de las formas más absurdas posibles. La ausencia de la llegada de Smaug a la ciudad lago convertía en peor a la segunda parte de la trilogía y también perjudica a esta tercera entrega que habría agradecido aligerar un poco el metraje. Consecuencias de la industria de engorde…
Dicho esto, en “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos” llega el momento de la épica pura. La que ya aparecía en las páginas de la novela de Tolkien y que no requería más que un par de retoques para ser tan magnífica como la de la batalla de los Campos del Pelennor. El momento exacto en el que Bilbo descubre que el mundo es un lugar mucho más grande y cruel de lo que había visto hasta entonces. Es ahí cuando la trilogía nos hace sentir que estamos en casa. Que tantas horas de cine han merecido la pena. Una sensación que no teníamos desde que la compañía de enanos entonó su “Misty Mountains” en Bolson Cerrado. Elfos, enanos y hombres luchando codo con codo en una batalla que alcanza momentos apasionantes y de lírica conmovedora. Thorin Escudo de Roble con sus “hermanos” corriendo hacia la lucha en una embestida digna de ser cantada para salvar a una cinta que renuncia del todo a la singularidad en favor del romanticismo.
Solo con que Peter Jackson no se hubiese empeñado en alargar el filón más de la cuenta, la trilogía de “El Hobbit” habría podido alcanzar lo que todos esperábamos de ella. El humor del libro cae en lo ridículo y la mayoría de secuencias están innecesariamente alargadas. Solo con algunos tijeretazos, estaríamos hablando aquí de un nuevo logro del cine. Afortunadamente el caos que se iba atisbando a medida que avanzaba la trilogía, ha vuelto a salvarse sobre la bocina. Se ha salvado porque Martin Freeman es todo lo que uno podría soñar para el señor Bolsón y se ha salvado porque Peter Jackson, al igual que el mismísimo Thorin ha sido capaz de sobreponerse al mal de la codicia para encarar una última acometida en busca de la redención.
Héctor Fernández Cachón