Nota: 9
Allá por el año 1993, Steven Spielberg filmaba “Jurassic Park”. El gran director de las últimas cuatro décadas decidía convertir en película la sensacional novela de Michael Crichton sobre un zoológico de dinosaurios en una isla de Costa Rica. El aquí firmante soplaba siete velas por aquel entonces y, como muchos niños (y no tan niños) quedaba eternamente marcado por una película que construía un mundo de sueños. Tal sería el impacto, que la vida del aquí firmante quedaría irremediablemente marcada por aquel brachiosaurio que se alzaba ante unos atónitos Alan Grant y Ellie Sattler. Cada fin de semana durante más de un lustro, el reproductor de video recuperaba la película hasta ser capaz de reproducir cada uno de sus diálogos. Luego llegaría la reivindicable “El Mundo Perdido” y la fallida “Jurassic Park 3”, pero ya no era lo mismo…
Ante esta perspectiva, llegaba a las pantallas de todo el mundo “Jurassic World”. El director Colin Trevorrow afrontaba la difícil tarea de devolver a lo más alto a una saga devaluada por sus sucesivas entregas. Pero algo había cambiado. En el ambiente flotaba una sensación distinta. Los dinoadictos habían empezado a abandonar la clandestinidad para congregarse alrededor de una película que prometía recuperar el espíritu de “Jurassic Park”. Al fin, después de tanto tiempo, se nos presentaba un parque de dinosaurios abierto al gran público. La Isla Nublar recuperaba su protagonismo con unas modernas instalaciones en las que la gente pudiese disfrutar del mundo jurásico. Todo olía a retorno por todo lo alto… ¡Y vaya si ha sido así!
“No es Parque Jurásico”… ¡Ni falta que hace! Cuando se escucha que los escasos comentarios negativos sobre “Jurassic World” se refieren a las diferencias con la primera entrega, lo único que se puede pensar es que los románticos corruptos han vuelto a las andadas. Si quisiésemos ver la cinta de Spielberg, solo tendríamos que darle caña al Blu-Ray. “Jurassic World” es, sencillamente, un espectáculo encantador. Lo único que realmente se le podía exigir era el espíritu de la película que lo inició todo. Queríamos “esencia Spielberg”, y la hemos tenido a lo grande. Desde esa primera secuencia en la que acompañamos hasta el parque a un niño de doce años, todo funciona el la cinta de Colin Trevorrow. La dulzura de unos protagonistas (sensacional Chris Pratt) a los que algunos piden toques Shakesperianos nos recuerda a las decenas de personajes salidos de la mente del Rey Midas del Cine. Alma es lo que le sobra a esta historia llena de humor y acción que te mantiene pegado a tu butaca durante casi dos horas.
Cuando se dedica cerca de doscientos millones de dólares a una película, últimamente viene a ser sinónimo de excesos. “Jurassic World” viene a ser el ejemplo de que se puede tener alma mezclando a personajes, maquetas de dinosaurios y las últimas tecnologías. Ese Indominus Rex creado en los laboratorios del parque irrumpe como un soplo de aire fresco y se convierte en un auténtico robaplanos en una cinta que deja a los villanos habituales el papel de héroes. Si a esto le añadimos los constantes guiños a los fans de la primera entrega, el festín para los sentidos ya es completo. Un festín que disfrutarán los millones de niños que vayan a ver “Jurassic World” y que la convertirán en su “Jurassic Park”. Solo por eso, la labor de Colin Trevorrow ya merece la pena.
Han pasado 22 años desde que Steven Spielberg nos presentase aquella maravilla llamada “Jurassic Park”. En lo que a mi respecta, solo puedo decir que el amor incondicional por la magnífica obra no ha decrecido ni un ápice en todo este tiempo. Como es evidente, las implicaciones emocionales hacen de esta crítica un ejemplar especial. El texto lo firma un tipo que gastó su VHS de “Parque Jurásico” hasta que no podía ni verse. El mismo que, tantos años después, todavía cierra los ojos y ve ese mundo de dinosaurios. Ese mismo se encontró en la sala de cine de “Jurassic World” con decenas de miradas brillantes y cargadas de emoción en gente que rondaba los treinta. Gente que estallaría en un aplauso al finalizar la cinta y que no abandonaría sus butacas hasta el cese de los títulos de crédito. Todo esto solo viene a poner de manifiesto una única verdad: El mundo está a salvo mientras queden soñadores como John Hammond.
Héctor Fernández Cachón
Un aplauso!!!!te ha quedado sembrado!!!enhorabuena me ha dejado con el bello de punta 🙂