Hay ciertas películas que a uno le gustan mucho. Pero mucho, mucho. Cintas de esas que consiguen hacerte llorar sin que en la pantalla ocurra nada excesivamente trascendental. Simplemente por ser como son ya consiguen emocionar. “Me gusta porque sí” es suficiente motivo para justificar tales emociones. Sobre gustos no hay nada escrito, y sobre sentimientos ni les cuento. El cine tiene que transmitir sensaciones, ya sean sanas o insanas. Ya sea Jason Reitman o Michael Haneke. Cuando alguien consigue regalarte una de esas películas estás en deuda con él para siempre. Y si resulta que algún estúpido (crítico o no) tiene la osadía de decir “…pues a mí me parece una mierda”, la parte racional del ser humano queda a un lado, dando rienda suelta a nuestros instintos más primarios en forma de violencia. La tarea que nos ocupa a continuación es realizar un análisis el clave crítica sobre la cinta de Stephen Chbosky “Las ventajas de ser un marginado”. Como uno intenta ser un tipo sincero (al menos alguna que otra vez), considero de rigor anunciar mis intenciones: como la cinta me ha conquistado de forma enfermiza, voy a realizar una crítica destinada a aquellos que la han disfrutado tanto como yo. Si no la han visto se la recomiendo de todo corazón. Solo espero que disfruten al menos una centésima parte de lo que yo lo he hecho.
La adolescencia es una etapa difícil. Los sentimientos se desatan sin control en cuerpos de adultos con cerebros de niños. Pasados los años y echando la vista atrás todo nos parece ridículo y anecdótico. Lo realmente grave es que los adultos no tomamos con la suficiente importancia lo que para los adolescentes es su mundo entero. Muchas cosas parecen absurdas, pero con dieciséis años esas cosas lo son todo. El protagonista de “Las ventajas de ser un marginado” viene a decir algo parecido. Se infravalora la relevancia de un periodo de la vida tan convulso, como trascendente de cara a formar la personalidad de cada individuo. Es poco habitual que un hombre hecho y derecho de 43 años, como es el caso de Stephen Chbosky, sea capaz de captar tan profundamente la configuración humana en una etapa de la vida tan difícil de comprender. Chobsky dirige a partir de un guión que también escribe y, lo que es más curioso, basándose en un libro del que él mismo es autor. Lo cierto es que lo hace todo con la maestría de quien sabe de lo que habla. Con el pulso de quien respeta el material que tiene entre manos.
“Las ventajas de ser un marginado” es tal y como recordamos nuestra adolescencia. Hay música, hay colores, hay temores y amores. La inocencia va desapareciendo minuto a minuto para darnos de bruces con el mundo que nos espera. Charlie (Logan Lerman), un joven tímido y marginado, escribe una serie de cartas a una persona sin identificar en las que aborda asuntos como la amistad, los conflictos familiares, las primeras citas, el sexo, las drogas. El protagonista tendrá que afrontar el primer amor (Emma Watson), la amistad (Ezra Miller), el suicidio de su primer amigo y su propia enfermedad mental.Al mismo tiempo, lucha por encontrar un grupo de personas con las que pueda encajar y sentirse a gusto. Lo cierto es que Charlie es un marginado. Un chico que necesita compañía urgentemente. El instituto se muestra ante él como un periodo árido, que afronta con temor. Logan Lerman logra una interpretación contenida hasta el extremo, creando a un Charlie impresionante. No hay palabras suficientes para él, como tampoco las hay para Emma Watson y Ezra Miller: dos fuerzas de la naturaleza en lo que a interpretación se refiere. Tres protagonistas en estado de gracia para una cinta brillante. El futuro está en sus manos.
Charlie es un marginado, pero ser un marginado tiene sus ventajas. Ya lo dice el título. El joven y su nuevo círculo lo son, pero también son gente extraordinaria. Y lo cierto es que las cosas extraordinarias siempre las hacen personas extraordinarias. Algunos dirán que es blandita de sentimientos, para otros será cruel en exceso. Todos tienen su parte de razón, porque la adolescencia es todo eso y mucho más.