Crítica: “Lincoln”

Todo estado tiene sus trapos sucios. No miremos altivamente a nadie, ni dejemos que nadie lo haga con nosotros. Desde el antiguo Egipto, hasta la Europa balcánica de los 90, pasando por la Grecia clásica, todas las sociedades han hecho su vergonzosa aportación a la historia de la humanidad. En uso de nuestra libertad de expresión (básicamente, como escribimos nosotros, no vamos a tirar piedras contra nuestro propio tejado) no aludiremos a las vergüenzas patrias, pero conviene recordar que no son pocas. Pues bien, si le preguntásemos a un ciudadano de Estados Unidos el pasaje más bochornoso de su historia, seguramente la esclavitud y el racismo que desembocaron en la Guerra Civil Americana. La diferencia de los americanos respecto al resto de mortales es que, si algo saben hacer bien es sacarse héroes hasta de debajo de las piedras y, si hay un insigne personaje de aquellos convulsos días, ese no es otro que Abraham Lincoln.

En algún momento de la historia cinematográfica reciente, los pasos de Lincoln y Steven Spielberg se cruzan. El bueno de Steven no estaba pasando por sus mejores momentos. Tras firmar “War Horse”, “Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio” o la desastrosa cuarta entrega de la saga “Indiana Jones”, la credibilidad creativa del llamado “Rey Midas” de Hollywood se encontraba por los suelos. Desde “Salvar al soldado Ryan” (1998), solo “Munich” había permitido atisbar alguno de los elementos que hicieron de Spielberg el mejor director de los 80 y los 90. Sus intentos de lograr el beneplácito de la Academia no sirvieron de mucho, llegando incluso a vulgarizar su estilo con el objetivo de gustar a todo el mundo. Ante esta situación, el realizador estadounidense se encontró con la biografía de ese gran héroe nacional que era Abraham Lincoln y la historia de Spielberg dio un giro de 180 grados. ”¿Por qué?” se preguntarán ustedes. Pues sencillamente porque Spielberg decide en “Lincoln” dejar de agradar a propios y a extraños. Se dedica simplemente a hacer lo que mejor sabe: dirigir como el maestro que es.

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“Lincoln” basa su argumento en la durísima lucha política que se produjo durante el mes de enero de 1865, en la que el presidente Abraham Lincoln decidió llevar nuevamente al parlamento americano la Decimotercera Enmienda, que supondría la abolición de la esclavitud. Durante este tiempo, el presidente republicano se vio obligado a pelear contra un buen puñado de congresistas cargados de prejuicios para conseguir la mayoría necesaria que llevase la empresa a buen fin. A partir de ahí, el guionista Tony Kushner firma el libreto más brillante del año. No hay concesiones para el sentimentalismo o para el simple entretenimiento. Se desarrolla una historia tan imponente como farragosa. Una pieza cinematográfica casi de museo. No hay disparos, dinosaurios, ni extraterrestres. No les engañaré diciéndoles que es la cinta más divertida de Spielberg, porque sus bondades son otras muy diferentes. Un magnífico manual de todo lo que un aspirante a dirigir cine debe hacer.

No conviene pasar por alto un pequeño detalle, y es que en el mundo del cine todo es mucho más sencillo si tu actor protagonista es el mejor intérprete vivo del planeta. Daniel Day-Lewis vuelve a dar una clase magistral de lo que es diseñar a un personaje. Su interpretación va más allá de la mera imitación. Day-Lewis crea a una persona dotada de sus virtudes y sus fantasmas. Le da rasgos y gestos propios. Le da miradas y sentimientos originales. Desde Marlon Brando no se veía nada parecido a lo que el intérprete británico (irlandés de corazón) logra en cada película. Le secundan Sally Field y Tommy Lee Jones demostrando que, tras 50 años interpretando, todavía no se han cansado de hacer cine del bueno. Ambos firman dos de los mejores papeles de sus carreras.

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De modo que “Lincoln” no es una cinta para niños. Probablemente no lo sea ni para muchos adultos, pero como a nosotros lo que nos gusta es el cine con mayúsculas, estamos obligados a recomendar sus casi dos horas y media. Steven Spielberg ha vuelto y Daniel Day-Lewis le acompaña. Ustedes deciden si merece la pena.

 

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  1. Luis febrero 6, 2013