Nota: 6
Uno de los grandes problemas del creativo es seguir buscando la perfección cuando ya la ha conseguido. Es ll ansia que se siente por dar un paso más allá cuando el camino ha terminado en medio de un bucólico paraje lleno de hermosa vegetación y un paradisiaco lago. La opción más lógica es la de quedarse a vivir en ese lugar exacto. El sitio más seguro donde todas tus virtudes se elevan a a la enésima potencia y donde la armonía es incuestionable, pero un creativo está más cerca de ser un aventurero que otra cosa. Es entonces cuando se abandona el umbral de seguridad en pro de nuevos destinos más ambiciosos. Es cuando los más grandes se la juegan a todo o nada, logrando nuestro eterno respeto a la valentía mostrada. Kevin McDonald estaba en ese paraiso. Muy pocas personas han mostrado tanto talento para el mundo documental como el padre de “One Day in September”, “Life in a Day” o “Marley”. Irreprochable el crudo estilo mostrado por un director que saltaba con éxito a la ficción gracias a “El Último Rey de Escocia”, pero que ya no está seguro de hacia donde seguir.
“Mi Vida Ahora” se convierte en el cuarto largometraje lejos del documental de un director que pierde los rasgos que le caracterizan cuando se pasea por el mundo de la ficción. Si en “El Último Rey de Escocia” el rotundo éxito del resultado se debía a la adecuada gestión de una impactante historia real y McDonald no escatimaba en la rotundidad de los hechos ocurridos, “Mi vida ahora” abandera los rasgos menos atractivos de la personalidad cinematográfica del director, siendo la indeterminación el peor de todos ellos. Lo que sobre el papel parecía apuntar a una oscura historia en medio de la campiña escocesa se encuentra con el lastre de querer gustar a demasiados sectores del público. La edulcorada historia de amor de una Saoirse Ronan con su primo “del pueblo”, para verse luego sorprendidos por el estallido de la Tercera Guerra Mundial suena más a “Los Juegos del Hambre” que a la nueva propuesta del director escocés, salvo por la sutil diferencia de que en aquella saben a lo que juegan, y lo hacen perfecto, mientras que en “Mi vida ahora” lo único que tenemos son tres actos con saltos traumáticos de todo entre cada uno de ellos. Cambiar de “Crepúsculo” a “The Road” en cuestión de minutos es algo que ninguna mente humana puede asimilar con facilidad.
Cuando Kevin McDonald olvida que está buscando un camino nuevo y deja que su propia inercia sujete la cámara es cuando la cinta alcanza sus momentos más intensos. Con un tercer acto en el que la oscuridad hace presa del mundo, nuestro paladar saborea lo que pudo haber sido una auténtica joya de tener claro desde un principio el camino a seguir. Este tiempo de metraje nos ayuda a olvidar los vergonzosamente edulcorados momentos que llegamos a vivir en otros momentos del filme y cuestiones tan innecesarias como los fantasmas de adolescencia que asolan la mente de la protagonista. Desaparecidos estos elementos, los instantes de felicidad de unos adolescentes ajenos a la brutalidad del mundo que les rodea no habría sido para nada despreciable. Si McDonald se hubiese dado cuenta de que quería hablar de la pérdida de la inocencia desde un principio, “Mi vida ahora” habría sido una auténtica joya, en vez de una aceptable y moderadamente entretenida historia de amor adolescente. El director ha puesto un pie lejos de su zona de seguridad. Cuando ponga los dos, Kevin McDonald recuperará en la ficción el valiente pulso que siempre ha caracterizado a su carrera.
Héctor Fernández Cachón