Nota: 5,5
El cine de catástrofes no atraviesa sus mejores tiempos. Desde que a Roland Emmerich le ha dado por ponerse digno, los amantes de la destrucción han tenido que conformarse con la tendencia a romper cosas de superhéroes o robots gigantes. Atrás quedan esos días en los que tormentas, tornados, meteoritos o volcanes nos dejaban pegados a la butaca de la sala de cine. Raro era el verano en el que las fuerzas de la naturaleza no la tomaban con Estados Unidos. Ante esta situación, los más nostálgicos esperábamos agazapados a que Hollywood nos diese una buena ración de desastres (las películas de Nicolas Cage no cuentan) y a que el género le sacase partido a un 3D que parece nacido para tal causa, de ahí que esperásemos ilusionados la llegada de los terremotos de “San Andrés”. ¿Con que resultado? Pues con el esperado.
Tenemos un terremoto tocho en la falla de San Andrés (California), tenemos San Francisco destruida y tenemos a Dwayne Johnson intentando salvar a su hijita. ¿Se puede pedir algo más? Si. Que se callen. “San Andrés” ofrece un trepidante espectáculo de destrucción masiva como hacía tiempo que no nos encontrábamos por nuestras pantallas. La cinta ofrece casi dos horas de lo prometido. No habría estado de mas algún que otro riesgo narrativo o ademán innovador, ya que Brad Peyton parece hacer ventosa con las convenciones del género, pero poco que reprochar en ese sentido.El problema de “San Andrés” llega cuando nuestras miradas saltan de los temblores a los personajes. Nadie pedía una disección de la condición humana, pero decir tantas bobadas tampoco es muy sano. Cada vez que uno de los protagonistas abre la boca, uno ya se pone en lo peor. Casi se puede decir que “San Andrés” mejoraría si sus protagonistas se limitasen a exclamar ante el cabreo de la naturaleza.
Dicho esto, se antoja imprescindible que empecemos a darnos cuenta de algo: Dwayne Johnson mola. De hecho, mola mucho. El actor lleva varias películas demostrando que el cine de acción tiene un nuevo icono. El tipo se pasea por la pantalla sin ninguna clase de complejo, empeñado en convertirse en el Schwarzenegger de esta generación. Tiene músculos hasta en los dientes y su sintonía con el gran público resulta indiscutible. Junto a la ración de destrucción y al magnetismo con la cámara de Alexandra Daddario, lo mejor de una película francamente disfrutable con un cubo de palomitas en las manos.
Puestos a pedir, no habría estado de más que “San Andrés” se llevase por delante la Casa Blanca, la Estatua de la Libertad o algo por el estilo. Nos tenemos que conformar con el Golden Gate que ya atropellaba “Godzilla”. Pero si ponemos nuestro cerebro en piloto automático y anulamos el detector de vergüenza ajena, “San Andrés” es un digno entretenimiento.
Héctor Fernández Cachón