NOTA: 4
¡Hay que ver lo difícil que es encontrarse una buena comedia! Hacer reir no es una tarea sencilla. Conviene respetar tan complicada empresa. No es misión apta para idiotas y gansos. Lograr una sonrisa en el espectador es una de las labores más complicadas a las que puede enfrentarse un creativo. Ya sea actor, guionista o director, cualquier paso en falso puede romper la línea que separa el humor de la estupidez o, lo que es más grave, el resbalón puede hacer que la caída sea hacia el lado de la vulgaridad. La desesperación por lograr la carcajada es lo que tiene. Por todo esto, el individuo que se proponga hacer reir debe ser generoso. Generoso en cuanto a no ambicionar más que la felicidad del interlocutor. Por descontado también que el humor requiere de ciertas dosis de inteligencia. No somos de esos listillos que hablan del “humor inteligente” para hacernos los interesantes. Simplemente queremos decir que todo humor es inteligente si ha conseguido hacer reir. Entonces llega el señor Rawson Marshall Thurber (que todavía no sabe lo que quiere ser de mayor) y pretende hacernos reir con “Somos los Miller”, una cinta en la que peca de cierta vulgaridad, escasa generosidad y nula inteligencia.
El viaje que nos propone “Somos los Miller” es un paseo por una carretera llena de tópicos en la que conocemos cada parada con demasiada antelación. Partimos de un protagonista que pretende ser gamberro y mordaz a partes iguales (Jason Sudeikis), pero esa apariencia traviesa va difuminandose hasta quedar reducida a cenizas en menos de media hora. Es este un mal del que adolecen también el resto de personajes. En un pestañeo la presentación de los protagonistas pasa a no valer nada. Hemos perdido el tiempo. Nada queda de los originales individuos de las primeras secuencias. Todos salen del mismo molde. Los hemos visto mil veces en otras tantas películas. No hay cabida para actos levemente inmorales.
Cada movimiento es previsible, como lo son las supuestas situaciones cómicas subrayadas hasta lo ofensivo. Se echa de menos un poco de espontaneidad. Por momentos parece que el guión es un simple vehículo para generar esas situaciones tan forzadamente cómicas. No se ofrece una historia graciosa, sino que se ofrecen una serie de situaciones “cómicas” cosidas entre si por un amago de historia. Si algun gag funciona es por cortesia de una Jennifer Aniston que parece ser la única que sabe de qué va esto del humor. A pesar de no ofrecernos su mejor versión, el oficio de la actriz hace mejores a quienes comparten plano con ella. Lo más peligroso es que esa falta de comicidad resulta una carga demasiado pesada para el propio director, que consciente de la cercanía del fracaso opta por jugar al límite de la vulgaridad
Si “Somos los Miller” logra arrancar alguna carcajada no es más que por el hecho de que los espectadores estamos sedientos de risas. Buscamos la menor excusa para desatar nuestras carcajadas. Pocas cosas hay más agradables que “partirse la caja” bien a gusto. Las salas de cine se llenarán por ese simple motivo. Seguramente por esta ocasión lo dejarán pasar, pero los espectadores no son tontos. Saben que se ha vuelto a abusar de sus ansias de reir. No conviene tensar tanto la cuerda con gente que decide realizar una importante inversión de dinero y tiempo en tu producto. Agún día se cansarán y películas como “Somos los Miller” se encontrarán con salas vacías.