Nota: 9
Silencio. El tempo en la mente. Dum… El corazón bombea sangre hasta el cerebro. Dum… El pálpito en la sien empieza a hacerse audible dentro de tu cuerpo… Dum, Dum… El calor comienza a hacerse tangible para el resto de sentidos. Dum, Ba Dum… Un calambrazo sacude todo el cuerpo. Dum, Ba Dum, Dum Ba Dum… Un último bombeo del corazón lanza un hilo de sangre por las venas de ambos brazos, un ataque de furia nubla la mirada y lanza una rítmica descarga de adrenalina contra el platillo. Chasss… Eso es “Whiplash”.
Si hablamos de una película centrada en un joven ambiciosos y su abusivo maestro, probablemente el ritmo de “Whiplash” nos resulte familiar, pero nada más lejos de la realidad. La partitura que compone el debutante Damien Chazelle es algo mucho más contundente y rotundo. El sonido de las baquetas de Miles Teller al chocar contra su batería y hacer sonar los acordes imaginados por el joven director va provocando que unas insanas vibraciones se extiendan por todo nuestro cuerpo. Esto va más allá. Es música sobrecogedora, si. Pero por encima de todas las cosas son dimensiones humanas sobrecogedoras.
El joven Andrew Neiman (Miles Teller) vive por y para convertirse en el mejor batería de jazz. Una desmedida ambición con la que llegará al elitista Conservatorio de Música Shaffer, probablemente el mejor de todo el país. Andrew no busca la excelencia. Va más allá. Su objetivo es lograr la inmortalidad. Cuando el riguroso profesor Terence Fletcher (J.K. Simmons) elige a Andrew para formar parte del conjunto musical que dirige, la capacidad de sufrimiento del joven será llevada hasta extremos que nunca pudo haber imaginado.
Ni treinta segundos tarda “Whiplash” en hacer que las miradas de Teller y Simmons se crucen. Ese es el momento en el que la corriente eléctrica empieza su arrollador camino. Es también el instante en el que acercamos nuestra mano y entramos en un circuito del que ya no podemos salir. Nosotros también somos llevados a extremos emocionales más propios de un thriller a la vez que chocamos con la esencia misma del ser humano al ser extraído de su vertiente social. Andrew y Terence son las dos caras de una misma moneda. Viven por y para ellos. A su alrededor solo hay elementos útiles o prescindibles en su objetivo de alcanzar la perfección.
Es imposible no caer víctimas del preciso y precioso clima creado por Chazelle. “Whiplash” es de esas películas con las que te das cuenta que el cine siempre puede ir un paso más allá. La intimidad del retrato de una obsesión con la cara del sensacional Miles Teller y de un señor que ya sabíamos hace tiempo que es enorme, pero que el mundo parece haber descubierto ahora: J. K. Simmons. Dum, Ba Dum, Chasss…
Héctor Fernández Cachón
A verlaaa…
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