En cierta ocasión, Tarkovski tomó parte en una sesión de espiritismo. Lo hizo pensando que era un juego, él no creía en eso, contrariamente a lo que piensan algunas personas, no creía en lo sobrenatural. En aquella ocasión, acudió el espíritu de Pasternak. Tarkovski preguntó al poeta:
-¿Cuántas películas voy a hacer en mi vida?
-Siete
-Caramba, ¿tan pocas?
-Sí, siete, pero todas buenas.
Larisa Tarkovski, Andrei Tarkovski (1999)
La primera película de un director siempre es todo un desafío. A veces llegan de casualidad, otras tras muchos años de esfuerzo. Algunas son el embrión de su estilo, otras una estrella fugaz que nunca vuelve. Tarkovski dirigió su primer largometraje en 1961. Sería el primero de siete. ¿Tan pocos?
Para bien y para mal, el director ruso trabajó para la Goskino, el Comité Estatal de la URSS para la Cinematografía. Muchos años después, Tarkovski se lamentaría del trato recibido por parte de las autoridades de su país. No pudo trabajar lo que le hubiese gustado, pasó grandes dificultades, incluso hambre… ¿Pero qué habría pasado si este hombre hubiese tenido que crear sus primeras películas fuera de la URSS? ¿Hubiese recibido tanto dinero para hacer una cinta de casi cuatro horas como Andrei Rublev, su segunda película? ¿Hubiese tenido los mismos medios en Occidente?
Nunca se sabrá. La realidad es que en 1961 se ponía por primera vez detrás de la cámara. Tenía 29 años, un par de cortos y un mediometraje. Tarkovski recogía un proyecto sin terminar de otro director. Basada en la novela corta de Vladimir Bogomolov, la cinta recorría la vida de un adolescente transfigurado por la guerra en un soldado implacable. Nikolai Burliaiev interpretó con gran tino a su protagonista. Tarkovski le recuperaría, ya con unos años más, para el maravilloso episodio de La Campana de Andrei Rublev.
Esta ópera prima mostraba, aun tímidamente, la estética, el estilo y las profundas convicciones artísticas, vitales y filosóficas del director ruso: puesta en escena cuidada hasta la extenuación, ritmo pausado, contrastes de mundos oníricos y reales, y una tendencia hacia el lirismo que se extendería en toda su obra posterior. Pero Tarkovski, que contó con la colaboración de su compañero de estudios Konchalovski, aun estaba en fase de formación y no exhibió todas sus facetas.
Algunos críticos le acusaron de formalista, amanerado, demasiado sentimental. Él mismo no quedó del todo satisfecho de su trabajo. No opinaron lo mismo en el festival de Venecia que, por primera vez en su historia, daba el León de Oro a un debutante. Muchos años después, Spielberg, uno de los mayores vampiros estéticos de la historia cinematográfica, tomó varias enseñanzas de esta cinta para su Imperio del Sol.
Con el paso del tiempo, Tarkovski se volvió más formalista, más amanerado, más sentimental. Más de todo. Pero, sobre todo, mejor. Aburrido para algunos, evangelio sagrado para otros, este director, fallecido ya hace 26 años, es uno de los referentes culturales de la historia rusa del siglo XX. La Infancia de Iván fue la base de la torre de marfil que Tarkovski creó con sus siete películas y que se alza orgullosa en la cima de la cinematografía mundial.