Como en un espejo (1961): Bergman iniciaba los años 60 con un giro muy importante en su estilo. Tras El manantial de la doncella y la menospreciada, tal vez de forma injusta, El ojo del diablo, el director sueco se halla en uno de los momentos creativos más críticos de su carrera. Duda sobre el camino a tomar cansado de la influencia literaria de sus guiones. El ojo del diablo es una actualización del mito de Don Juan pasada por el filtro bergmaniano. Es de una de las pocas comedias de cámara del director escandinavo.
Como en un espejo es el principio de la mejor época de Ingmar Bergman. Se trata de la primera película rodada en Faro, una pequeña isla del Báltico que enamorará al cineasta hasta el punto de retirarse allí al final de sus días. La peculiar geografía de la isla permite a Bergman y Sven Nykvist, su director de fotografía, desarrollar una estética novedosa y sugerente que empapará todo su cine a partir de principios de los 60.
Bergman deja atrás los clásicos de la literatura, la excesiva influencia del teatro y convierte su cine en una investigación profunda de los vicios, las costumbres, los dramas y las frustraciones del hombre contemporáneo desde una óptica existencialista. Como en un espejo narra de forma sobria la vida de una familia durante unos días en una casa de la isla de Faro. Conflictos padre-hijo, enfermedad o incesto en una atmósfera turbadora. Bergman repite Oscar a mejor película extranjera.
Los comulgantes (1963): Se trata de una de las películas más sobrias y depuradas del director sueco. El hecho de que autores como Tarkovski la hayan situado en su lista de películas favoritas, muestra la importancia de este sencillo e incisivo relato sobre la vida de un pastor luterano en una pequeña iglesia. Bergman vuelve a bucear en sus propios recuerdos y lleva a la pantalla alguna de sus obsesiones producto de una infancia y juventud vivida en un entorno religioso (su padre fue pastor).
La crisis de fe del personaje interpretado por Gunnar Björnstrand nos recuerda a otras cintas como El séptimo sello. Pero Bergman depura al máximo el guión consiguiendo una mayor eficacia en su relato. Una de las escenas entre Björnstrand e Ingrid Thulin potencia un recurso que será habitual en su cine a partir de ahora: la brutal violencia verbal entre personajes, generalmente parejas. La habilidad de Bergman para los diálogos, combinada con su precisión en los planos y la posición de las cámaras, convierten estas películas de Bergman en cumbres de la narración cinematográfica.
Persona (1966): El director sueco filma en 1963 la poderosa El silencio, otra obra en la línea de Como en un espejo y Los comulgantes a la que añade una profunda carga sexual. Tras ella, cambia radicalmente de tercio y rueda su primera película en color. Esas mujeres (1964), comedia sofisticada y extravagante, será considerada una de sus cintas más flojas. Bergman no era inmune a las críticas… Ni al dolor de estómago. Durante una de sus muchas convalecencias en el hospital perfila su siguiente película. A la postre, aquel guión surgido en la cama de un hospital se convierte en una de las cimas de la historia del cine mundial.
Una famosa actriz de teatro (Liv Ullman) pierde la voz durante una representación. Su médico le aconseja que pase un tiempo en su casa de la isla de Faro acompañada de una enfermera (Bibi Andersson). Esta sencilla premisa es usada por Bergman para investigar conceptos como la identidad, la máscara social y la maternidad. El propio título proviene de las teorías del filósofo y psiquiatra Carl Gustav Jung y es expuesto de esta forma por uno de los personajes al principio de la película:
“El sueño imposible de ser, no parecer, el abismo entre lo que eres para ti mismo y para los otros, no hablar para no decir mentiras, estar inmóvil para no desempeñar un rol. Todo son mentiras e imitaciones…”
Además, Persona lleva a Bergman al límite de sus experimentos y ensayos puramente cinematográficos exhibidos en la célebre introducción de la película. En suma, Persona es una cinta poliédrica con múltiples connotaciones y significados. Casi inabarcable.
La hora del lobo (1967): Tras el enorme éxito creativo de Persona, Ingmar Bergman continúa explotando sus nuevos recursos narrativos y técnicos con una película cercana al terror. En este caso, el cineasta sueco explora la complejidad del alma y la mente del artista. Max von Sydow es un pintor un poco trastornado que vive al margen de todo en una cabaña en una pequeña isla al lado de su pareja. La historia está planteada como un gran flashback narrado por Liv Ullman, pareja del protagonista.
La hora del lobo es una película inquietante, con escenas impactantes y que da protagonismo a los fantasmas que pueden llegar a dominar la mente humana. Fantasmas del pasado que, en esta película, se transfiguran en seres reales que viven en una misteriosa mansión. La hora del lobo, además, asienta la colaboración de Bergman con Liv Ullman que será una actriz fetiche hasta el final de su carrera.
Pasión (1969): Bergman sigue en estado de gracia hasta finales de los 60 como muestra su aproximación a la temática bélica en La vergüenza. Pero al cineasta sueco le cabe muy bien la (discutible) frase “todos los grandes directores hacen una y otra vez la misma película“. En el caso de Bergman es evidente que su interés no son los conflictos políticos, sino los conflictos internos del espíritu y la mente así como las relaciones humanas. O dicho de forma más castiza: la cabra tira al monte. La vergüenza termina siendo un relato sobre la brutalidad del ser humano en una situación límite.
Tras esta película, se produce un nuevo viraje en el estilo y la motivación creativa bergmaniana. El cineasta sueco explorará a partir de los 70 las relaciones de pareja con su habitual ferocidad y carencia de remilgos. Pasión será la bisagra entre dos épocas. Ya en color, Bergman usa su cámara cual escalpelo para diseccionar la vida en pareja de sus protagonistas. Aunque introduce algunos recursos cuestionables (los actores hablan a la cámara sobre sus papeles), Bergman vuelve a dar en la diana exponiendo el desencanto, la frustración, la rabia y la soledad de sus personajes. A todo ello hay que sumar uno de los desenlaces más sugerentes de su cine.